Primero de mayo de 1886 en Chicago, Estados Unidos, comienza la huelga de unos esclavizados trabajadores reivindicando las ocho horas de trabajo. Dos días después la huelga acabó en sangre, con varios muertos. Fueron condenados a la horca cinco trabajadores acusados de provocar la matanza, aunque la criminal acción fue obra de policías. Ahí nació el Día Internacional del Trabajo, una fecha que se convirtió en festiva y reivindicativa para los trabajadores.
Mañana se conmemora este acontecimiento. Pero qué más quisiéramos que poder celebrar el Día del Trabajo. No va a poder ser así, porque la crisis económica mundial nos está golpeando con fuerza. Con cuatro millones de parados en España, un millón de familias sin ninguno de sus componentes con trabajo y un número similar de parados que no reciben ningún subsidio de ayuda, el panorama es sencillamente dramático.
Mientras tanto, y aprovechando la coyuntura, los empresarios, apoyados por la derecha política, están a lo suyo: intentar rebajar el coste del despido todavía más de lo que está, disminuir las cotizaciones sociales, aumentar el tiempo de trabajo, rebajar los salarios, pagar menos impuestos pero, al mismo tiempo, paradógicamente, exigir ayudas públicas para sus empresas..., en definitiva, las recetas neoliberales de siempre, todas ellas dirigidas a procurar el recorte de derechos de los trabajadores. Todas las conquistas sociales están en peligro. La esclavitud no se ha erradicado.
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Los gobiernos de todo el mundo están inyectando mucho dinero para reflotar bancos y demás entidades financieras en dificultades. Estas ayudas no terminan por llegar a la economía productiva. Y eso se traduce en expedientes de regulación de empleo y finalmente en despidos. Por eso, los gobiernos están obligados a hacer tantos o más esfuerzos en pro de los trabajadores, en especial de aquellos que se ven golpeados por el drama del paro, porque su indefensión es tremenda.
El presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, manifiesta una y otra vez esa voluntad de no abandonar a los menos favorecidos que, por otra parte, no tienen culpa de la crisis. Aplaudimos y apoyamos esta postura del presidente porque es lo mínimo exigible a un líder que se predique de izquierdas.
Ojalá salgamos pronto de la crisis, se reactive la producción, la inversión y el consumo, y vuelvan a proliferar los puestos de trabajo para que la peste del paro vaya desapareciendo. Será la mejor forma de mantener la paz social tan necesaria.