La tira y afloja
El Parlament votó ayer en contra de la celebración de corridas de toros en Cataluña. Ya no se podrán celebrar estos festejos taurinos a partir del primero de enero de 2012. Lo hizo tomando como base una Iniciativa Legislativa Popular que se sustanció en la recogida de 180.000 firmas solicitando su abolición.
El asunto es motivo de gran controversia política, como no podía ser menos, porque los toros, la llamada fiesta nacional, es una tradición tan arraigada en España que su prohibición tenía que levantar ampollas en la sociedad.
Desde el punto de vista ético y moral podemos estar de acuerdo en que la fiesta es condenable porque el toro de lidia sufre un maltrato, una tortura, y finalmente una muerte que a ningún ser vivo debe aplicarse, y menos aún por divertimento, ocio, fiesta... Por tanto, la prohibición tiene su sentido si queremos elevar en valores el listón de nuestra sociedad que pretende ser moderna. Otra cosa es que el procedimiento prohibitorio no me parezca el más adecuado. Entiendo que ese ejercicio moral se realice a través del fomento de la educación y la cultura desde las edades más tempranas. De hecho, la sociedad española en ese camino anda, visto cómo opinan nuestros jóvenes sobre el asunto.
Sin embargo, esta cuestión nos lleva a reclamar la misma postura respecto a otros divertimentos basados en los mismos fundamentos morales, algunos de ellos muy tradicionales precisamente en Cataluña, como es el caso de los correbous, el festejo taurino catalán tan arraigado en las tierras del Ebro, que no han sido incluidos en la ley abolicionista por estar a la espera del dictamen del Consejo de Garantías Estatutarias catalán.
Pero si de fundamentos morales hablamos para hacer algo mejor nuestra sociedad, pidamos antes la prohibición del boxeo, tanto el presencial como el televisado. Sí, es cierto, es una elección libre de uno y otro boxeador o boxeadora para zurrarse en un escenario público para mayor divertimento de los espectadores. Pero estamos transmitiendo violencia entre humanos, hay odio, lesiones, sangre...
Pidamos también la prohibición de otro tipo de actividades de ocio y diversión que tienen a los animales como sufridores. Eliminemos la caza porque si a un toro se le 'tortura' en una plaza, a una liebre se la 'asesina' directamente. Prohibamos también la pesca: ¿qué se le hace a un salmón cuando muerde el anzuelo hasta que es sacado a la orilla y sufre el arponazo final que termina con su vida?
¿Por qué mantenemos jilgueros, canarios, cacatúas... en jaulas? Para solaz divertimento nuestro y de nuestros niños. Y, probablemente, muchas de estas personas sean, de buena fe, no lo dudo, abolicionistas taurinos.
¿Prohibimos también las carreras de caballos? ¿O es que se divierte el caballo de turno corriendo 1.500 metros en el hipódromo con una carga humana encima que le fustiga con el látigo?
Y así podríamos seguir hasta no sé dónde.
Dejemos el plano moral y pensemos si hay fondo político. Al respecto pregunto: ¿acaso hay alguna iniciativa o actividad que pase por un parlamento que no tenga carácter de político? Como no sea la de la señora de la limpieza en su actividad diaria, no creo que pueda escapar al ungüento o al pringue de la política nada que se discuta y se vote en una cámara de representación parlamentaria. Nada es inocuo en las decisiones políticas que toma un parlamento.
Efectivamente, detrás de esta iniciativa y este debate tenemos un trasfondo político de primer nivel. Hay una estrategia política liderada por el nacionalismo catalán preñada de elementos identitarios, dirigida a eliminar lazos de unión con el proyecto común que llamamos España. A lo largo de los años van cercando y eliminando aquellos símbolos, tradiciones, iconos, culturas... que tengan origen o fuerte conexión con lo que llamamos España. Recordemos el caso del toro de Osborne que finalmente fue eliminado del paisaje catalán tras sufrir varios atentados. ¿Padecía tortura esta figura publicitaria reconvertida en cultural-artística? No. Ocurrió que el nacionalismo catalán tomó al toro de Osborne como símbolo, como un icono de la cultura española y esto fue suficiente para que estuviera en su diana.
En ese contexto es en el que hay que tomar también la decisión de prohibir las corridas de toros en Cataluña porque la sociedad catalana no estaba pidiendo esta ley. Todo ello alimentado por la desmesurada reacción catalanista, incluido el PSC -"Houston, tenemos un problema..."-, producida por la sentencia que sobre el Estatut ha emitido el Tribunal Constitucional. Contra una decisión tomada por el españolismo contra Cataluña, una decisión del catalanismo contra España, allí donde les duele, en uno de los símbolos más arraigados y en el momento más oportuno, cuando la efervescencia del enfrentamiento es más necesaria para atacar con fuerza las elecciones autonómicas inminentes.
Ahora puede ocurrir que algunos de los que han propugnado esta abolición se dediquen a ver las corridas de toros en la televisión. Incluso, habrá políticos abolicionistas que acudan a Las Ventas a presenciar algún festejo saboreando algún buen puro porque es un buen escaparate público y se farda mucho. Suele pasar esto.
En todo caso, siempre nos quedará Euskadi. Los nacionalistas catalanes no han aprendido nada de lo que ha pasado en el País Vasco en estos últimos años, incluida la reacción del electorado contra el radicalismo nacionalista. Les teníamos por más inteligentes, políticamente hablando, pero...
Felices vacaciones... y buena suerte.