Obama presidente

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Barack H. Obama, candidato del Partido Demócrata, ha ganado las elecciones presidenciales celebradas ayer en Estados Unidos. El ganador lleva contabilizados 349 votos electorales contra 163 de su oponente, el republicano John McCain. Para lograr la nominación se precisan 270 votos electorales.

El ganador ha provocado una marea de ilusión y esperanza por todo el territorio estadounidense y por gran parte del escenario internacional. La fiesta que sus seguidores han disfrutado durante las últimas horas está más que justificada. El cambio que ha prometido puede ser histórico.

Sin embargo, en cuanto repose la marea y las celebraciones dejen paso a la realidad, el nuevo mandatario deberá enfrentarse a graves problemas que el actual presidente Bush -algunos dicen que el peor de la historia norteamericana- le deja como herencia.

El primer problema en el que Obama ha de trabajar con rapidez y tesón es el de la grave crisis económica que afecta a su país y a todo el mundo. Deberá poner soluciones para recuperar un sistema financiero que transmita confianza y alimente con solvencia a los demás sectores de la economía productiva. Y ha de hacerlo en colaboración con los demás países capitalistas que tienen algo que decir al respecto. La política debe prevalecer sobre el mercado. Las personas han de estar por encima del dinero.

En segundo lugar, habrá de concentrarse en buscar una solución a las guerras de Irak y Afganistán, todo ello en el marco del problema global que históricamente ha supuesto y sigue siendo el de Oriente Medio con el enfrentamiento entre judíos y palestinos. En este asunto la colaboración con los aliados -en especial la UE y Japón- y otros países afectados debe ser real y efectiva. El unilateralismo practicado en estos últimos años por la anterior administración debe dar paso al multilateralismo demandado insistentemente por la sociedad internacional.

Tendrá que recomponer las deterioradas relaciones con varios países de Hispanoamérica -Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua- desde la cooperación y no imponiendo la sumisión. Por supuesto, el gran escollo será Cuba, con la que tendrá que hacer política de verdad, dejar el militarismo y el enfrentamiento arrinconados y abrir un espacio de discusión sincera y constructiva que facilite la evolución del régimen castrista hacia la libertad real y la democracia material. Una nueva generación ha provocado el cambio en EE UU. Las nuevas generaciones de cubanos también pueden estar preparadas para abordar el cambio de régimen en la isla.

En política interior, aparte de acometer el problema de la crisis económica con urgencia, deberá poner en marcha soluciones para más de 30 millones de compatriotas inmersos en la pobreza y la marginación. Pensiones dignas, sistema público de salud para quienes no tienen nada, asistencia a los parados, reforzamiento de la enseñanza pública..., en fin, una tarea ingente.

Además, ha de poner especial atención en los problemas de inmigración y discriminación de las minorías que viven en EE UU. Deberá dar respuestas legales a estos grupos que le han aupado a la presidencia de la nación con su entusiasmo y su voto.

En fin, es la hora de las ideas y de la política. Es el momento de la cooperación. Si no se camina en este sentido, la gran ilusión y esperanza que estas elecciones han levantado se diluirá como un azucarillo en un vaso de agua y, entonces, la sociedad americana, especialmente los jóvenes, volverá a dar la espalda a la política otros 50 años.