El deslumbramiento provocado por la "obamomanía" no nos deja ver otras cuestiones que siguen estando ahí, como rémora, en los entresijos de la política y la sociedad norteamericana, a la hora de elegir a un presidente.
Es verdad que en Estados Unidos el salto cualitativo que se ha dado es muy significativo tras la elección para inquilino de la Casa Blanca de una persona de raza negra -qué contraste-, con nombre musulmán y religión protestante -otro contraste-, dicen que apoyado por el lobby judío -más contrastes-.
Pero hagámonos algunas preguntas. Conseguido el cambio de raza del presidente en EE UU, ¿podría un ateo, o atea, alcanzar la más alta magistratura? En una sociedad tan conservadora, donde las referencias a Dios son constantes, la biblia -no la Constitución- es un icono que juega un papel fundamental en los actos públicos, y los juramentos religiosos -no la promesa- dan forma al acto de investidura presidencial, parece objetivo difícil de alcanzar para un ateo.
¿Y una mujer? Por lo que hemos visto con Hillary Clinton, la sociedad estadounidense no tendría ningún problema para admitirla como presidenta. A punto estuvo de lograr la nominación por el Partido Demócrata. ¿Y si la mujer fuera negra, hispana, árabe...? Entonces tenemos muchas dudas al respecto.
¿Qué pasaría si el o la aspirante fueran de religión musulmana? Mucho nos tememos que no superaría ni siquiera el primer caucus.
¿Y si fuera divorciado o divorciada? Vemos cómo todos los aspirantes concurren ante los medios de comunicación con sus parejas respectivas, conscientes de la importancia que para el votante tiene saber que conforman una familia de orden, tradicional. Admiten que se hayan divorciado alguna vez en su vida antes de aparecer compitiendo por el puesto, incluso perdonarían a su presidente el hecho de que tuviera que divorciarse -Franklin D. Roosvelt estuvo a punto de divorciarse siendo máximo mandatario- pero, en la carrera por la Casa Blanca, las dificultades de un divorciado serían difíciles de superar.
¿Cómo tratarían a un candidato homosexual o a una lesbiana que hayan confesado públicamente su opción sexual? La prueba a que se vería sometida la sociedad norteamericana sería tremenda.
¿Y si se tratara de una pretendiente embarazada?¿Y si ésta confesara que tiene motivos fundados para abortar y está decidida a hacerlo? ¿Podría ser presidente un consumidor de marihuana? ¿Y alguien que esté siguiendo terapia por alcoholismo? ¿Y si el o la aspirante hubieran sido delincuentes que han pasado por la prisión y han conseguido reinsertarse?
Las preguntas se amontonan y, por supuesto, no tenemos la bola de cristal para responder cómo actuaría la sociedad estadounidense. Pero, aun reconociendo que las situaciones darían para amplios y sesudos estudios sociológicos -seguramente en EE UU ya existen-, y que las dificultades para los candidatos serían casi insalvables, lo cierto es que el caso Obama -un negro en la presidencia- ha abierto las puertas a otros casos como los que han sido objeto de nuestras preguntas.
Y las preguntas que por cercanía nos atañen serían de este tenor: ¿llegarían a ser presidentes estos candidatos en Europa? ¿Y en España? Mucho nos tememos que uno de ellos sería el presidente que falta, pero no sólo en Estados Unidos. El camino hacia la igualdad material es largo, largo...
2 comentarios:
Nunca llegará la igualdad plena que deseas. Lo importante es ir avanzando hacia ella. Con eso me conformo.
No veo que esto sea posible, a corto plazo, en Europa y menos en España.
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