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Han sido ocho duros años pero, por fin, usted se tiene que ir. Por lo que dicen los entendidos -y lo que percibimos los menos puestos en la materia-, su presidencia ha sido la peor de la todavía corta historia de los Estados Unidos de América. Y no tenía por qué haber sido así puesto que su antecesor en el cargo le dejó un país bastante ordenado, rico y, sobre todo, respetado en el ámbito de la sociedad internacional.
Pero usted podía estropearlo todo y a fe mía que lo ha conseguido. Bueno, en realidad no necesitó mucho tiempo para comenzar esta tarea de derribo: ya se encargó, antes de nacer como presidente, de robar el cargo a quien le había ganado en buena liz, con aquel juego "florido" de las "papeletas-mariposa", y la ayudita de algunos jueces del Tribunal Supremo que había colocado papi Bush. Se cumplió una de las reglas básicas de la globalización, según la cual, el aleteo de una mariposa en un punto remoto del mundo puede terminar por provocar un cataclismo en el otro lado del globo. Usted lo ha mejorado porque lo ha producido, no solo en el otro extremo, sino en todo el mundo.
Después, con la aplicación de la política basada en el hard power, que a usted le vendieron sus amigos "neocons" como la más apropiada para hacer de EE UU la única potencia global, vino la tragedia del 11S-2001 en las Torres Gemelas que se llevó a la tumba a casi 3.000 personas.
La política dio paso al militarismo. Había que emprender la guerra santa contra el infiel. Así llegó la guerra de Afganistán, Guantánamo y luego Iraq.
Pero lo de Iraq fue otra cosa. Envuelto en el papel de adorno de la lucha contra una dictadura y las inventadas armas de destrucción masiva, usted nos llevó a una guerra que pretendía, fundamentalmente, colocar un peón más de la geoestrategia norteamericana en la avanzadilla de la zona "corazón del mundo" donde se juega el partido del dominio global, es decir, a dos pasos de China, Rusia e India, actores internacionales que pueden hacer la competencia a EE UU en la lucha por la hegemonía mundial. De paso, venía muy bien lograr el control de las fuentes de energía como el petróleo y el gas, es decir, la materia prima que le ha dado tanto dinero a usted y a su familia durante tantos años en Texas. Al fin y al cabo, el complejo de la industria petrolera y militarista norteamericana le estaba exigiendo el pago por haberle aupado a la presidencia.
Mientras tanto, uno de los elementos nucleares del conflicto mundial generalizado que usted nos ha dejado de herencia, el problema de Palestina, no ha merecido su atención. Ni siquiera un gesto en los últimos días de su mandato, impidiendo la masacre producida por Israel en Gaza, para lavar su mala conciencia. Ha pasado levitando sobre él porque no interesaba su solución para la política que había emprendido. Con todo esto, ha conseguido aumentar exponencialmente el número de voluntarios terroristas islamistas que tienen a EE UU y a Occidente en su punto de mira. Lo pagaremos todos.
Por último, ha dejado a sus compatriotas un país absolutamente endeudado y una crisis económica mundial que se ha expandido como la peste por todo el globo, que ha puesto al borde del cataclismo al sistema capitalista, tantas veces proclamado por usted y sus amiguetes indispensable y sin alternativa. Sin embargo, a pesar de declararse un liberal conservador como la copa de un pino, y predicar permanentemente las bondades del mercado, no le ha temblado la mano para taparse la nariz y hacer del dinero público, el de todos los contribuyentes norteamericanos, el verdadero salvavidas de los poderosos que nos han traído esta plaga por la avaricia alimentada por la falta de un mínimo control público.
Cuántas veces le he oído llamar a Dios en sus alocuciones. Me temo que, después de haber firmado tantas sentencias de muerte -cientos de ellas en Texas cuando usted era gobernador, y varios miles indirectamente utilizando la guerra injusta como método de resolución de conflictos-Dios no le debe tener muy en cuenta. "¡Que Dios nos ayude!" decía usted a menudo. Y falta nos va a hacer, pero no por lo que usted pretendía en cada momento, sino por el caos que nos deja. Mientras Él nos echa una manita, otros preferimos apelar a su nombre para despedirnos de usted. Nunca una despedida pudo ser más alegre. ¡Goodbye, Mr. Bush!
1 comentario:
¡Por fin! ¡Qué cruz!
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