El 50% de la población mundial, 3.000 millones de personas, se encuentran en situación difícil porque no pueden satisfacer sus necesidades alimenticias debido al fuerte aumento del precio del arroz. Afecta muy directamente a gran parte de Asia en donde las familias han de reservar para alimentación el 70% de sus ingresos.
Según denuncias del Banco Mundial, el FMI, la FAO y otros organismos internacionales, así como varias ONG que trabajan en los países afectados, el problema se incrementa debido a que otras materias primas alimenticias como el trigo y el maíz también han sufrido importantes subidas en los mercados mundiales.
La imparable subida del precio del petróleo está detrás de este problema mundial, porque ha repercutido directamente en la producción de cereales y, además, ha hecho que muchos estados hayan potenciado la producción de cultivos como el maíz para obtener biocombustibles que permita reducir la dependencia energética del oro negro.
Las importantes sequías, inundaciones y otros múltiples fenómenos naturales provocados por el cambio climático han sido factores determinantes en la pérdida o reducción de las cosechas.
Otra causa no menos significativa viene del mayor consumo de alimentos, en especial leche y carne, que las nuevas clases medias de países emergentes, muy poblados, como China, India, Indonesia, Corea, Filipinas... demandan en los últimos años.
El problema se va trasladando de tal manera que quienes consiguen satisfacer sus necesidades alimenticias, provocan inconscientemente otras más graves del mismo tenor en lugares diferentes -África, Golfo de Bengala, Pacífico, Centroamérica, Caribe- y a las clases sociales más desfavorecidas, que, con estos precios excesivos, se alejan de la posibilidad de evitar el hambre que vienen sufriendo históricamente.
El debate sobre las alternativas está tomando cada vez más trascendencia. Para unos hay que hacer que los campesinos vuelvan a su forma tradicional de cultivo, aumentando la producción mediante la utilización de semillas, maquinaria y procesos que sean respetuosos con el medio ambiente. Para otros no queda más remedio que modificar las semillas para que den mayor rendimiento en menos tiempo, sean inmunes a las enfermedades, resistan las sequías e incrementen la producción. En este último caso, la utilización de transgénicos se está convirtiendo para muchos en la única solución capaz de evitar la gran hambruna que se cierne sobre el mundo. Varios laboratorios trabajan en ello y las multinacionales del ramo intentan imponer estas semillas manipuladas a los campesinos -aprovechan para obligarles a comprar, además, fertilizantes y pesticidas- que, en muchos casos, se encuentran indefensos ante esta presión.
Si la solución de los transgénicos acaba por imponerse desconocemos si paliará decisivamente el hambre en el mundo, pero lo que sí sabemos es que el verdadero poder sobre él estará en manos de estas multinacionales. Ellas decidirán cuándo, a qué precio y a quién suministrar estos transgénicos milagrosos, ya que el ciclo tradicional de utilización de semillas obtenidas de la cosecha anterior -y su transferencia a otros productores que las necesiten- para siembra dirigida a nueva producción, se habrá terminado definitivamente.
Los organismos internacionales han dado la alarma. Si no se toman medidas con carácter de urgencia todos acabaremos lamentándolo.
Según denuncias del Banco Mundial, el FMI, la FAO y otros organismos internacionales, así como varias ONG que trabajan en los países afectados, el problema se incrementa debido a que otras materias primas alimenticias como el trigo y el maíz también han sufrido importantes subidas en los mercados mundiales.
La imparable subida del precio del petróleo está detrás de este problema mundial, porque ha repercutido directamente en la producción de cereales y, además, ha hecho que muchos estados hayan potenciado la producción de cultivos como el maíz para obtener biocombustibles que permita reducir la dependencia energética del oro negro.
Las importantes sequías, inundaciones y otros múltiples fenómenos naturales provocados por el cambio climático han sido factores determinantes en la pérdida o reducción de las cosechas.
Otra causa no menos significativa viene del mayor consumo de alimentos, en especial leche y carne, que las nuevas clases medias de países emergentes, muy poblados, como China, India, Indonesia, Corea, Filipinas... demandan en los últimos años.
El problema se va trasladando de tal manera que quienes consiguen satisfacer sus necesidades alimenticias, provocan inconscientemente otras más graves del mismo tenor en lugares diferentes -África, Golfo de Bengala, Pacífico, Centroamérica, Caribe- y a las clases sociales más desfavorecidas, que, con estos precios excesivos, se alejan de la posibilidad de evitar el hambre que vienen sufriendo históricamente.
El debate sobre las alternativas está tomando cada vez más trascendencia. Para unos hay que hacer que los campesinos vuelvan a su forma tradicional de cultivo, aumentando la producción mediante la utilización de semillas, maquinaria y procesos que sean respetuosos con el medio ambiente. Para otros no queda más remedio que modificar las semillas para que den mayor rendimiento en menos tiempo, sean inmunes a las enfermedades, resistan las sequías e incrementen la producción. En este último caso, la utilización de transgénicos se está convirtiendo para muchos en la única solución capaz de evitar la gran hambruna que se cierne sobre el mundo. Varios laboratorios trabajan en ello y las multinacionales del ramo intentan imponer estas semillas manipuladas a los campesinos -aprovechan para obligarles a comprar, además, fertilizantes y pesticidas- que, en muchos casos, se encuentran indefensos ante esta presión.
Si la solución de los transgénicos acaba por imponerse desconocemos si paliará decisivamente el hambre en el mundo, pero lo que sí sabemos es que el verdadero poder sobre él estará en manos de estas multinacionales. Ellas decidirán cuándo, a qué precio y a quién suministrar estos transgénicos milagrosos, ya que el ciclo tradicional de utilización de semillas obtenidas de la cosecha anterior -y su transferencia a otros productores que las necesiten- para siembra dirigida a nueva producción, se habrá terminado definitivamente.
Los organismos internacionales han dado la alarma. Si no se toman medidas con carácter de urgencia todos acabaremos lamentándolo.
1 comentario:
¿A dónde pretenden llevarnos los poderosos del mundo? ¿Qué mundo estamos creando? ¿Por qué se lo permitimos?
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