martes, 29 de abril de 2008

Un monstruo humano


Josef Fritzl tiene 73 años, es técnico electricista de Amstetten (Austria) y está casado con Rosemary, de 63 años, con la que ha tenido siete hijos. Uno de estos, Elisabeth, es la principal protagonista del drama originado por su padre, Josef, que no ha podido mantener en secreto por más tiempo su monstruosidad.
Durante 24 años Fritzl tuvo secuestrada y recluida en el sótano de su casa, de unos 60 metros cuadrados, a su hija Elisabeth -ahora con 42 años- de la que abusó sexualmente desde que la niña tuvo 11 años. Con ella ha tenido siete hijos incestuosos, uno de los cuales -gemelo de otro- murió al poco tiempo de nacer. Fue inmediatamente incinerado por su padre-abuelo en la caldera de la casa familiar.
De los seis niños restantes, tres fueron integrados en la familia de Josef y Rosemary como nietos de ambos, compartiendo las mismas normales vivencias que los siete hijos del matrimonio. Los otros tres hijos-nietos de Josef quedaron aislados con su madre Elisabeth en el sótano de la casa familiar sin que nadie lo supiera en estos últimos 24 años. Fritzl había convencido a todos, incluida su esposa, de que Elisabeth había huído del hogar a los 18 años para integrarse en una secta y dejaba los hijos en la puerta de casa desapareciendo al instante.
El problema, al margen del drama humano que ha conmocionado a la opinión pública europea, es intentar comprender cómo es posible que esto ocurra en un país avanzado y moderno como es Austria.
El estado austriaco, los poderes públicos en general, no han sido capaces de detectar esta monstruosidad. Tampoco la familia de los Fritzl -incluida la esposa Rosemary-, los vecinos, la escuela, la iglesia, otras organizaciones locales, públicas o privadas, han podido sospechar nada al respecto. ¿No se oían ruidos en el sótano, ni gritos de la secuestrada cuando daba a luz, ni lloros de los bebés?
¿Cómo se explica que las autoridades dieran por hecho, sin investigar a fondo, la información de Josef que colocaba a su hija Elisabeth en una secta? ¿No se investigan a las sectas? ¿No se investiga la desaparición de una persona? ¿Y la inverosímil justificación de la llegada de niños a las puertas de la vivienda familiar? Con ejemplos como este, los ciudadanos pronto dejarán de confiar en el Estado y eso es volver a la época premoderna. Mal asunto.
Un hombre-monstruo, su esposa, siete hijos, seis hijos-nietos, otros familiares, vecinos, autoridades, y nadie es capaz de detectar o destapar esta barbaridad.
¡Hasta dónde puede llegar la condición humana! Verdaderamente, a veces la realidad supera, con creces, a la ficción.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que habría que hacer con este asesino, con este monstruo, es aplicarle la misma medicina: dejarlo cerrado, sin luz, sin conexión con los demás, el resto de su vida.

Anónimo dijo...

No podemos volver al estado salvaje. Este hombre debe ser sometido al rigor de la justicia y pagar como los demás delincuentes sus delitos. Si no fuera así poco habríamos avanzado en nuestro proyecto civilizatorio.