Se ha generalizado en la televisión la figura del vocero, del charlatán televendedor. Esta figura del periodismo real no está incluida en los textos teóricos de los estudios de esta disciplina pero, a este paso, acabará entrando en ellos bajo palio.
No es presentador, ni comentarista, tampoco es opinante, ni polemista, ni siquiera se puede considerar como animador, en fin, nada que se acerque al concepto de comunicador prototípico. Su función es gritar, provocar, llamar la atención, explicar lo visto sin aportar nada nuevo, en definitiva, machacar el oído del telespectador pensando, tal vez, que esa es la mejor forma de mantenerlo encadenado al programa.
Si observamos cómo se informa, por ejemplo, en la retransmisión televisiva de un partido de fútbol, nos daremos cuenta enseguida de que el comentarista titular del evento se pasa todo el programa gritando para informarnos de algo que estamos viendo perfectamente en la pantalla. Así, no tiene ningún reparo en explicar a voz en grito que "Ronaldinho" envía un pase largo hacia la banda derecha, o que Cannavaro corta de cabeza la pelota, que el "Kun" Agüero regatea y dispara a puerta un chupinazo a media altura que para Casillas... ¿Pensará el condenado que estamos oyendo la radio?
¡Ah!, y para hacerlo más popular no reparan en utilizar el lenguaje menos académico posible, probablemente porque este instrumento necesita una preparación de la que carecen y un esfuerzo al que renuncian. Y si hace falta por mor de la audiencia se recurre al lenguaje tabernario directamente, al menos en la manifestación de los sentimientos que ciertos lances de la competición provocan en el propio comentarista.
Lo mismo ocurre en los programas de variedades, en los concursos, en los reality shows, y demás producciones de la fauna televisiva. A la espera estamos de que la moda se generalice y se aplique también a los diarios y boletines de noticias para conseguir el pleno.
Me recuerdan estos personajes de la caja tonta a aquellos para mí queridos charlatanes que paseaban su pequeña y destartalada camioneta por los pueblos y villorrios de la España profunda (¿también hemos exportado este invento a América?) ofreciendo ropa para señoras, caballeros y niños; toallas, manteles de mesa, sábanas, colchas, mantas... Y siempre tiraban la casa por la ventana en las últimas y definitivas ofertas premiadas con "¡señora, una manta más, y otra, y otra... si se lleva todo el lote!"
Voceros, sí. Cada vez son más porque los canales de televisión proliferan como setas -alguno de ellos venenoso también- y la competencia entre ellos es feroz. El éxito ha de ser inmediato porque, de lo contrario, el programa será eliminado de la parrilla ipso facto. El error está (¿o no?) en que los responsables de tales desaguisados piensan que a base de gritos y demás estridencias -incluidas las del lenguaje de la imagen- se capta y se sujeta mejor al personal. Permítame, amigo, que yo también grite: ¡es todo un despropósito!
1 comentario:
Es cierto, no sé por qué se empeñan estos presentadores, locutores, etc. en describirnos todo aquello que estamos viendo claramente en la pantalla. Creo que es porque no son verdaderos profesionales de la televisión.
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